La cultura digital y la tecnología del reconocimiento facial


Es evidente que la tecnología se ha convertido en una necesidad existencial de fácil uso, capaz de cambiar y adaptarse a la vida cotidiana de los usuarios. Como toda innovación trae consigo cambios que repercuten en los procesos y fenómenos sociales. Tal como lo manifiesta, Boris Groys, cuando dice que “»la tecnología cambia la perspectiva y su relación con el arte (…)».

Desde esta perspectiva, la tecnología implica serios desafíos para la cultura digital, pues las tendencias digitales apuntan a nuevos dispositivos y nuevos productos. Al respecto el investigador Enrique González Manet, plantea que “el avance de las nuevas tecnologías, es tan rápido, que aún no existe una visión de conjunto sobre las consecuencias económicas y sociales de las redes, los satélites, las redes sociales y los medios audiovisuales”.

Ciertamente, la computadora personal creó infinitas expectativas en cuanto a su uso. De tal manera, que la computadora como producto tecnológico simplificó la vida de los individuos, y al ser vista al mismo tiempo como una extensión de los sentidos, estas se convierten en tan familiares para los usuarios.

Al respecto el profesor, Douglas Rushkoff, dice que «la habilidad esencial en la era digital es entender los sesgos del paisaje – ser capaces de pensar críticamente y actuar resueltamente con estas herramientas – no sea que las herramientas y las empresas detrás de ellos nos utilizan en su lugar.»

En este contexto, se desprenden posturas positivas y negativas, aspectos que puntualiza el filósofo bielorruso Evgeny Morozov, cuando dice que “no está claro qué visión se impondrá: la del Internet de las cosas inteligentes o la del Internet de las cosas tontas conectadas a través de los teléfonos Inteligentes”, e incluso agrega, que “nuestro mundo es mucho más plástico, interactivo e individualizado, de como lo era, hace cuatro décadas”.

Desde esta óptica, Boris Groys, hace una aportación en medio de esta discusión, cuando él señala que “la tecnología hoy en día está concebida de tal manera que es algo que puede introducirse en un archivo universal”. Sin embargo, en el quehacer digital esta “sospecha” que fundamenta Groys, sobre la recesión y desconfianza del archivo universal, radica en la migración del mismo.

Por eso, se puede decir que hay algo más allá, y al mismo tiempo, no hay algo más allá, donde la sospecha sigue siendo ese más allá. Ante esta paradoja de Groys podemos interpretar que lo nuevo, real y vivo no se contradice con respecto a la transmutación del valor de lo viejo a nuevo, proceso integrador en el que se contempla las etapas de circulación.

Es precisamente, la tecnología la que lleva internamente la innovación porque todo el tiempo está expuesta a posibles innovaciones, por cuanto permite introducir una nueva diferencia entre las cosas.

Por supuesto, Marshall McLuhan, uno de los grandes pensadores que se nos adelantó a esta era digital, mencionó que “la tecnología cumple una función de los sentidos del hombre; al mismo tiempo, los otros sentidos se amortiguan o caen en el desuso temporario”. De tal forma, que el uso del hemisferio derecho es el que más predomina y solo existe lo que puede ver.

Por ello, el nativo digital desarrolla el lado de la intuición, las emociones, el pensamiento no verbal y el pensamiento sintético, lo cual le permite hacer representaciones en el espacio, la creación y la carga emocional. Todo esto alejado de la fuerza interactiva de la crítica.

Ante ello, el filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro ‘La sociedad del cansancio” hace énfasis en las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de la atención, la  hiperactividad e impulsividad, el trastorno de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, entre otras,

Según Han su amplitud y complejidad, en lo biológico, también tiene su secuela en el plano social, cada vez la tecnología se vuelve un mayor problema de salud, con índices estadísticos que deben ser entendidos como los de una gran pandemia global.

En consecuencia, a lo anotado por Han, Facebook se presenta como una plataforma positivista que traspasa la muerte y así lo cita Morozov en su artículo “Los peligros de la perfección”, cuando hace referencia al slogan de la página web de LivesOn que dice “cuando tu corazón pare de latir, tú seguirás posteando”.

A saber, este es “un servicio que promete postear por ti incluso después de haber fallecido. Mediante el análisis de tus anteriores posteo, el servicio aprenderá acerca de tus aficiones, gustos, sintaxis y añadirá un toque personal a todos los envíos automáticos compuestos desde el más allá”.

En una entrevista con el experto Geert Lovink, nos dice que debemos “olvidarnos masivamente de nuestros perfiles de Facebook”, porque “la idea (de Facebook) es saber quienes son las personas que conoces” y a medida que “empiezas (pasas) a ser como un medio, que difundes tu propia vida personal a este grupo imaginario”.

Por lo tanto, “cada persona tiene unas amistades calculadas: los amigos de los amigos de sus amigos. No son gente que conoces realmente, sino una vida social sugerida que construye para cada uno y consiste en expandir tu red de posibles amistades”, lo cual es “bueno para todas las empresas que tienen plataformas de redes sociales masivas”.

Obviamente Facebook trasmuta la faceta social del “sujeto de obediencia” al “sujeto de rendimiento”, cambio expuesto por Han, cuando dice que “hoy la sociedad positiva de rendimiento ha reemplazado la prohibición por el verbo modal “poder”, con su plural afirmativo “Si podemos”.

O sea, que para Han la sociedad de rendimiento, en esencia, es una sociedad del dopaje, donde “el cambio del paradigma pretende incrementar la productividad y no supone un crecimiento paralelo de la libertad”.

De igual modo, Lovink supone que “los aspectos extraños y apocalípticos debían ser reemplazados o convertidos en parte de la optimista y productiva maquinaria cultural, el único objetivo, hacer dinero lo más pronto posible”. Es decir que el espacio de coexistencia de los usuarios se vuelve un espacio de clientelismo o de mercancía social.

De hecho, Facebook deliberadamente puede manipular nuestro estado de ánimo con un algoritmo, tal vez, es porque somos demasiado predecibles. No está mal compartir positivismo, pero sí es insuficiente cuando una información no es sustentada, algo equivalente a la “comida basura”, haciendo que tenga más relación el activismo online con el activismo off-line.

En este contexto el escritor Morozov señala que se hace difícil negar la ambigüedad de la aparente “libertad de internet” cuando entre sus más acérrimos defensores se encuentra los idealistas hacktivistas de Anonymous y los implacables diplomáticos del Departamento de Estado norteamericano, dos colectivos que por lo demás están en pleno desacuerdo sobre cualquier otra cosa.

En definitiva “nosotros como sociedad hemos creado esta enorme  red  de redes, a partir de nuestras propias necesidades y por tanto hemos creado instrumentos así como usos de las tecnologías para satisfacernos tanto de manera personal como social”, Por eso, la posmodernidad admite al igual que Lovink “la decisión está totalmente en manos del usuario».

Frase que resulta ser una verdad a medias porque el control no le pertenece al usuario, sino a Silicón Valley. En este sentido, se genera el debate de la intimidad y privacidad, más cuando Facebook empleará el reconocimiento de rostro a través de algoritmos que comparan fotos y metadatos contribuidos por los propios usuarios y otros usuarios.

El presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, tildó a la tecnología de reconocimiento facial de «escalofriante» y expresó su preocupación acerca de la misma. Y, sin embargo, Google+ acaba de refrendar esa tecnología, si bien con la salvedad del “opt-in”, apartándose del “opt-out”. Esto, cree Google, les protege de cualquier acusación de comportamiento poco ético; al fin y al cabo, todo depende del usuario.

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